Había un cuento japonés que decía:
Cuentan que un joven japonés estaba en busca de un maestro de artes marciales. Finalmente, después de mucho andar, logró localizar a uno de gran renombre. Cuando por fin logró concertar una cita con él, el maestro le preguntó:
- ¿Qué esperas de mi?
- Espero que me aceptes como alumno y con tu enseñanza me convertiré en el más habilidoso artista marcial. -Dijo el muchacho y preguntó- ¿Cuánto tiempo puede tomarme eso?
- Diez años, por lo menos -Replicó el maestro.
- Eso es mucho tiempo -Dijo el joven- ¿Y si entreno el doble que el resto de tus discípulos?
- Ah bueno, en ese caso te tardarás veinte años en convertirte en un experto - Respondió en maestro.
- Pero entrenaré mañana, tarde y noche y sacrificaré mis horas de alimentación y sueño si es preciso.
- En ese caso -dijo el maestro- te tardarás treinta años.
- ¿Pero cómo puede ser posible? -preguntó confundido el muchacho- Mientras más tiempo le dedico a mi entrenamiento, según tú, más me demoraré en alcanzar mi objetivo. ¿Cómo puedes explicar eso?
- Muy fácil -dijo el maestro- Cuando un ojo está concentrado mirando hacia la meta, solo queda otro ojo para ver el camino que conduce a ella.
Hay muchas veces que nos esforzamos tanto que nos ocurre lo de este cuento.
martes, 25 de marzo de 2008
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario